miércoles, 15 de mayo de 2013

El poder de la esencia

- Te he dicho que no creo en Dios ni en nada que se le parezca.

- Vale.

- ¿Vale? ¿Sólo eso?

- Sí, ¿qué ocurre?

- Sé que tú opinas justo lo contrario, que el universo está vivo y esas cosas. No sé, esperaría tener un debate interesante, ya sabes, tú me intentas convencer y yo te intento convencer. Así hacemos más ameno este viaje en autobús.

- No creo que sea interesante dicho debate.

- ¿Por qué no?

- ¿Discutirías con alguien el hecho de que el agua está mojada, o que el cielo es azul?

- ... no.

- ¿Ah, no? ¿Por qué no explicarle que, claramente, se equivoca?

- Porque creo que son hechos únicamente explicables a través de la experiencia. En el hipotético caso, absurdo, de que hubiese alguien tan perdido, le invitaría a tocar el agua y a levantar su vista al cielo. Así le demostraría que el agua está mojada y que el cielo es azul.

- Buena respuesta pero, tú eres un hombre de ciencias, un matemático brillante, ¿por qué no demostrarle que el agua está mojada y que el cielo es azul a través de una fórmula irrefutable?

- ... Mira, demasiado te estoy aguantando. Además, nadie dijo que la experiencia directa no formara parte de la ciencia.

- Vale, vale, ¡solo preguntaba! ... Pero oye, ¿y si dicha persona está tan segura de lo que piensa que considera una pérdida de tiempo tocar el agua y levantar su vista al cielo?

- Creo que... no me preocuparía demasiado. Son hechos demasiado obvios y cotidianos, seguro que tarde o temprano acabaría dándose cuenta por sí misma.
La experiencia la guiará a tales certezas. Un día caluroso se sentirá inevitablemente atraída a meter las manos en el arroyo cristalino que camina a su lado, y comprobará que el agua está mojada. Estará tan agotada por el viaje que descansará un poco a la sombra de un árbol. Fijará entonces su mirada en un grajo que revolotea por allí cerca, acto seguido emprenderá este un vuelo lo suficientemente alto como para hacerle ver lo azul que es el cielo. Es un solo un ejemplo entre los muchos que podrían llevarle a ambas verdades

- Vaya, ¡hay todo un maestro encerrado en ti! ... Bueno, ¡me bajo en esta parada! Mañana es sábado, ¿te vienes de nuevo a ayudarme a plantar semillas en el huerto?

- Eh... peroo... Sí... ¡claro! A las once, como el sábado pasado. ¡Contigo estoy descubriendo mi amor por las plantas!

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